Noche de San Valentin
No recuerdo desde cuándo me gusta Marta, pero debe ser desde siempre. Tras muchos años de amistad intermitente, de idas y venidas, por fin los planetas se alinearon y tenemos una cita. Quizás San Valentín no es el día más propicio, pero no podía dejar pasar esta oportunidad.
Hemos llegado al lugar donde he preparado lo que espero sea una encantadora velada.
Abro la puerta. Marta pasa primero y se encuentra con una terraza, un poco desastrada, llena de aparatos de aire acondicionado, cables e incluso algo mohosa, rodeada de telas negras y rojas extendidas, colgadas torpemente de alambres a modo de decoración y que no dejan ver más allá, una mesa elegantemente colocada a un lado y un precioso manto estrellado que se divisa en lo alto.
Me adelanto unos pasos para prepararle la silla y que se pueda sentar. Ella no suelta palabra, pero yo no dejo de sonreír. Cuando los dos estamos acomodados, comienzo con mi discurso:
–Seguro que estarás pensado que muchas de las cosas supuestamente divertidas y emocionantes, como podría ser venir a este hotel y subir a uno de los pisos más altos, al final resultan ser un fiasco –me mira sin saber a donde quiero llegar, por eso prosigo– Pero es entonces cuando un pequeño detalle puede cambiar todo. Por ejemplo, tu sonrisa, porque cuando sonríes el mundo entero se ilumina.
Ella, sin darse cuenta, sonríe, y aunque me quedo embobado un instante, sin apenas levantarme de la silla cojo una de las telas negras que cuelgan y tiro de ella hacia el suelo. Cuando cae… toda la ciudad iluminada se presenta ante nosotros. Marta abre la boca y se pone de pie, soltando un «hijo de puta» que le sale de lo más profundo. Me mira y dice:
–Tienes una forma muy deliciosa de tocarme el corazón.
Cuando vuelve a sentarse ya he descorchado la botella de vino y la estoy sirviendo. Levanto la copa para brindar:
–Porque las maravillosas vistas que nos regala esta terraza son lo segundo más bello que veo esta noche.
Le pegamos un sorbo a la copa. Mientras Marta se queda encandilada mirando hacia la ciudad, la observo callado… no quiero romper el encanto del momento. Hasta que sin mirarme, como si pensara en voz alta dice:
–Este momento es tan bueno que me lo follaría…
Comienzo a reír consiguiendo sacar a Marta del trance en el que se encontraba y entonces pregunta:
– ¿Qué tenemos para cenar?
–Pues, esta va a ser mi venganza por todos esos chupitos que me hiciste beber hace años. He preparado pasta a la arrabiata… muy picante –le digo mientras destapo la bandeja y comienzo a repartir.
–No será para tanto…
Los dos pinchamos en el plato y nos los llevamos a la boca. Acto seguido pegamos un largo trago de vino.
–Dios mío –exclama dándose aire en la boca con la mano– Pica tanto que creo que no veo por el ojo izquierdo…
–Uff, yo veo muertos –ambos reímos y seguimos comiendo y bebiendo.
Entonces comenzamos una conversación, quizá demasiado seria para el momento:
– ¿Y tú? ¿Cuál es tu truculenta historia? –le digo sin tapujos.
-¿Por qué piensas que la tengo?
-Pues porque estás aquí conmigo, en San Valentín, sin nada mejor que hacer…
–Que tonto… pero tienes razón. La vida me dio una lección y me enseñó que a veces es necesario perder a alguien por completo para saber lo que significaba realmente… y cuando lo perdí pensé que no habría futuro sin él.
–Que se joda el futuro –levanto la voz a la vez que mi copa.
–Tienes razón –dice ella mientras levanta la suya– pero dejémoslo, que no quiero estropear esta preciosa noche, con absurdas palabras.
–A veces, lo importante no son las palabras, sino saber que hay alguien escuchándolas –sentencio.
Terminamos de cenar, entre risas y un postre de chocolate que sabía de antemano que le encantaría. Tras disfrutar un momento más de la hermosa vista, la invito a que demos un paseo.
El largo camino desde el hotel hasta su casa sirve para añorar nuestra infancia, recordar buenos momentos y seguir riendo.
Una hora después, llegamos. Ella lleva mi americana sobre los hombros. Yo, cansado, me hago el despistado. Ella abre con parsimonia la puerta y se pone a jugar con las llaves, hasta que arranca.
–Ha sido una noche bonita…. Sin dudarlo me encantaría, poder seguir disfrutando de noches como esta.
–No sé si habrán muchos tíos por ahí que se les vaya tanto la cabeza como a mí.
–Lo sé, por eso me gustaría compartir esas noches contigo.
–Vaya… he sentido algo aquí –le digo mientras me señalo el pecho– Es como si hubiera tenido una erección en el corazón.
Mientras ella sonríe, quizá con la sonrisa más bonita de toda la noche, yo continuo.
–Perdona que no pueda decir algo más inteligente, pero creía que todas las insinuaciones de la noche, eran puro cachondeo. Por seguirme el juego. No sé… No imaginaba que tu… y ahora esta… alegría… me invade sobremanera.
Ella continúa sonriendo, viendo mi inseguridad, mi timidez repentina y retoma la conversación.
–Viéndote así de vulnerable, aun me derrites más ¿Preparado? –dice riendo, pero continúa– ¿Quieres pasar?
–Aunque me encantan las noches donde las almohadas terminan en el suelo, creo que sería mejor no estropear esta encantadora cita con asqueroso y sucio, pero grandioso sexo. Por eso me voy a marchar. Le doy un beso en la mejilla, doy la vuelta y me alejo. Ella cierra la puerta con desconcierto. Pero en menos de 3 segundos.
DING DONG
Cuando abre, muestro mi sonrisa más pícara y digo:
–Me dejaba la chaqueta.
–Lo tenías todo pensado ¿verdad?
Me encojo de hombros y antes de poder decir nada, ella se abalanza sobre mí y comienza a besarme. La cojo con fuerza, mientras la llevo hacia dentro y cierro la puerta con el pie.
Autor:
Rafa Molla
Última modificación: 15/06/2021