Había una vez un payaso muy gracioso que vivía en la gran carpa del Circo Círculis. Un circo lleno de ilusión y alegría que Sonri, el payaso, lograba alegrar constantemente, con canciones, música, acrobacias de los malabaristas, y como no, sus propios números, en los que la risa salía por las lonas del circo y llegaba a todas las casas de los niños que no habían podido ir a verlo.
Un día muy lluvioso, Sonri apenas tenía público que le hiciese actuar con tanta ilusión como otras veces, y se le ocurrió cambiar la actuación y hacer que se convertía en un mono. De esa manera, se aseguraba las risas de los niños, y él no se cansaba tanto para los demás días de circo que no iba a llover.
Cual fue su sorpresa cuando al ponerse unas orejas de cartón marrón y enormes en la cabeza, pincharse un rabo largo con una chincheta en la espalda, e imitar el sonido de los monos, ningún niño de los pocos que había, se rió.
Sonri pensó: – «Tendré que cambiar de estrategia, ahora me convertiré en pingüino». – Y así lo hizo.
Con la improvisación del pingüino obtuvo el mismo resultado que con el mono, así que Sonri se vino abajo, y sintió que tenía un auténtico problema. Se echó a llorar con la cara entre las manos, y de repente:
– «¡Ja, ja, ja, ja!».
Los niños estaban riéndose porque un payaso estaba llorando, ¡inaudito!.
La función acababa de empezar y la lluvia había cesado, y Sonri vio como de pronto empezaron a llegar niños de la calle, que comentaban que al oír la risa tan contagiosa de los que estaban dentro, pensaron que no se lo podían perder, ¡por mucho que lloviera!.
Así fue como el circo se llenó de niños y de risas, y Sonri el payaso, se dio cuenta de que los niños son tan agradecidos, que para que él no llorase, ellos se reían más que nunca.
Nunca jamás Sonri el payaso se vio en apuros, y siempre tuvo éxito en todas sus funciones, ya que expresaba sus propias emociones, sin improvisar ninguna.
FIN
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Última modificación: 15/06/2021